¿Puede un festival de música contaminar más que un vuelo en avión?
Aunque la respuesta suene sorprendente, según un reciente estudio impulsado por el Ministerio de Cultura de Francia, el sector de la creación artística en vivo —espectáculos, óperas, conciertos o exposiciones— representa el doble de emisiones de CO₂ que el transporte aéreo nacional. Y no es una broma del Día de los Inocentes.
El periodista Andrés Actis Fernández lo contaba en La Vanguardia en un artículo que nos dejó reflexionando: el arte, que tanto nos inspira y emociona, también tiene un impacto en el planeta que no podemos seguir ignorando.
Solo en Francia, este sector genera 8,5 millones de toneladas de CO₂ al año, lo que equivale al 1,3 % del total de emisiones del país. Y aunque parezca un número pequeño, es una barbaridad para una industria cuyo peso económico es, en proporción, bastante modesto.
Pero, ¿de dónde salen tantas emisiones? En su mayoría, del transporte: cómo se mueven los artistas, los técnicos, los decorados, los instrumentos... y, sobre todo, los espectadores. Ir a ver un concierto conlleva muchas veces un desplazamiento en coche o avión. A eso se suman los decorados, el vestuario, la energía necesaria para los espectáculos, los residuos que se generan, y un largo etcétera.
España, sin cifras... pero no muy lejos
En nuestro país no tenemos (todavía) un informe tan detallado, pero los expertos aseguran que los datos no serían muy distintos. Tenemos cientos de festivales al año, miles de representaciones, conciertos, ferias y eventos. Y aunque en muchos casos se están empezando a aplicar medidas para reducir el impacto ambiental —como los vasos reutilizables, el uso de biocombustibles o instalaciones solares en teatros como el Real—, aún estamos lejos de un modelo realmente sostenible.
¿Debemos dejar de hacer arte?
Por supuesto que no. La cultura es movimiento, conexión, emoción. No podemos pedirle a la música que no viaje, ni al arte que no se muestre. Pero sí podemos —y debemos— ser más conscientes del coste ambiental que implica cada evento y actuar en consecuencia: movernos en transporte público, elegir eventos que apuesten por la sostenibilidad, apoyar a espacios que reducen su huella de carbono o incluso impulsar cambios desde dentro del sector.
Como recuerda Elisa Peñalvo, investigadora del proyecto europeo DivAirCity, “la clave está en visibilizar el impacto de nuestras actividades, porque lo que no se mide, no se puede mejorar”.
Y aunque aún estamos lejos de un arte “emisión cero”, cada paso cuenta. Porque si hay algo que el arte ha demostrado siempre, es su capacidad de transformar el mundo. Y ahora más que nunca, toca hacerlo también con el planeta en mente.
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